lunes, 16 de febrero de 2009

Trenes y tranvías

No sé porqué, pero los “caminos de hierro” siempre me han llamado poderosamente la atención. Lo mismo que una pareja de enamorados se queda extasiada en una playa viendo las olas ir y venir, así me siento cuando me acerco a las vías del tren y las observo de cerca y alejando la vista las veo perderse en una curva o al final de una gran recta cuando parece que se van a tocar. Me halaga su brillantez después de una lluvia o cuando ese brillo lo tienen por el continuo ir y venir de trenes y vagones. Me siento cómodamente cerca de un paso a nivel, cuando se empieza a oír el sonido de la máquina y todavía más cuando empieza a vibrar la tierra a mis pies al paso de esa pesada locomotora arrastrando vagones de pasajeros o mercancías. Mis recuerdos retroceden en el tiempo y en mis oídos retumban aquellos “pitidos” de las máquinas de vapor que tenían su peculiar forma de anunciar la llegada o salida de una estación, el cruce de un paso a nivel, una curva en la que se podía leer aquellos letreros en blanco y negro que decían: “SILBAR”. Más tarde cambiaron por los atronadores zumbidos de las máquinas de gas-óil, desagradables al oído. Y hoy por esos leves sonidos de trompeta de “cabrero” que más que avisar parecen sentir vergüenza o complejo de inferioridad. Aunque a algunos jóvenes les parezca extraño, en el año 1974 y 1975 todavía se oía desde mi casa en la calle Fontiveros, a tres kilómetros de la estación de ferrocarril, con toda la ciudad por medio, hasta aquí llegaba el sonido de las bocinas de los trenes y escuchábamos la llegada del exprés nocturno a las 8 de la mañana y la salida de este tren a las 11 de la noche. Paralelo como las vías, siento el recuerdo de los timbres de aquellos viejos tranvías que servían para solicitar parada. Dos timbres, uno en cada lado que se unían y se accionaban tirando de la larga cinta de cuero que recorría todo el recinto, por lo que no era preciso buscar el botón sino situarse en el centro del pasillo y tirar de la cuerda. Y para avisar de su presencia, el conductor disponía de una campanilla que accionaba con el pié. Sonido igualmente peculiar ya fuera por los caminos de la vega como por las estrechas callejuelas como San Antón, Alhóndiga o la calle Escuelas. Y todo esto sobre esas pesadas vías de hierro. Vías unas arrancadas de cuajo y vendidas para chatarra. Otras todavía enterradas en algunas calles de Granada y muy pocas, casi reducidas a las que hay en la Avenida de Andaluces y a ambos lados de la calle Málaga junto al Jardín Botánico, que dan testimonio de que en este lugar había un cruce de tranvías. Sobre algunas fachadas granadinas y también en algunos edificios de los pueblos, los inconfundibles ganchos que servían para sostener el cable que suministraba energía eléctricas a los tranvías. Y también restos de los postes de hierro en algunos caminos de la vega y en la misma capital, en la mencionada Avenida de Andaluces que servía para el tranvía que cubría la línea BOMBA-ESTACIÓN. En cuanto a los trenes en nuestra provincia es muy triste su historia. Poco a poco en estas páginas iré reflejando servicios y horarios de trenes desde tiempos atrás hasta nuestros días. Si bien es verdad que el coche es más rápido, también es verdad que los trenes han sufrido su muerte o abandono por la torpeza, dejadez y mala gestión de los encargados y responsables de su gestión. Se dice que “no se utilizan porque son malos y lentos”, yo creo que “son malos y lentos porque no se utilizan”. Ha sido más fácil montar líneas de autobuses buenos y modernos y abandonar el tren que mantener las infraestructuras ferroviarias y dotar los trenes de modernas y buenas máquinas y vagones. Pero todo esto sería motivo de otra polémica. Ahora quiero centrarme especialmente en mis recuerdos al tranvía y al tren. Al tiempo que iré detallando lo poco que conozco de estos medios y que cumplimentaré con fotografías personales y otras que he ido recopilando. Mis primeros paseos en tranvía. Finales de los años 40. No había cumplido los 6 años de edad cuando vine a Granada con mi padre a la boda de su hermana Ascensión en la Iglesia de San Pedro. No era la primera vez pero sí la que recuerdo más. Parte del viaje lo hicimos en un camión de los que transportaban el mineral desde las minas de Benalúa de las Villas hasta la estación de Albolote. Desde allí este mineral se transportaba al puerto de Málaga para embarcarlo hasta Bilbao. Serían las 11 de la mañana cuando llegamos a la estación de Albolote. Desde allí tomamos el tranvía pero minutos después hubo un corte de energía eléctrica que nos cogió en Maracena. Allí comimos y permanecimos hasta pasadas las 4 de la tarde en que se restauró el fluido eléctrico lo que nos permitió continuar camino hasta los jardines del Triunfo. Dado el largo tiempo que permaneció el transporte interrumpido se acumuló más gente por lo que allí se enganchó una “jardinera”. Aquél pequeño tranvía amarillo con aquella jardinera sin puertas se quedaron grabados en mi mente. Me pasé el trayecto junto al conductor. Me impresionó ver que no tenía volante ni pedales de freno. Sólo utilizaba el pié para tocar la campanilla. Un solo faro en el centro, redondo y grande. Una tablilla entre la ventanilla y el faro con el rótulo A ambos lados del recorrido pude ver a gente en el campo, arando, regando vegas o recogiendo frutos de los árboles Continuará…...